Hoy ha sido el último día de guarde de Miwi y me parece mentira que ya hayan pasado casi once meses. Ha cambiado tanto en este tiempo. Cuando empezó se ponía de pié pero todavía no andaba y hoy ha venido a casa andando solo. Solo porque no le da la real gana de darle la mano a nadie, es más mueve los brazos a su alrededor rollo avión para que no te acerques a él.
Reconozco que hemos tenido mucha suerte, no sé si con la guardería, eso lo comprobaremos el curso próximo; pero si con las profesoras. Dolors y Esther han sido las guías perfectas para Miwi, han conseguido que entrara en el edificio dando palmas, literalmente, y que se quedara la mar de contento casi todos los días, incluso alguno no se quería volver a casa. Saber que estaba bien cuidado, que quería estar allí ha sido una tranquilidad y no se lo voy a poder agradecer lo suficiente a ellas.
Si pienso en el peregrinaje por las guarderías de la zona de hace un año me siento aliviada porque creo que acertamos. No vamos a una guardería pública porque sus horarios no demasiado flexibles eran incompatibles con nuestros trabajos y no tenemos abuelos a mano que lo dejen o lo recojan todos los días. Tampoco presupuesto para pagarle a alguien para que lo haga.
No es tampoco la guardería megachachi del barrio que es muy abierta y con un estilo de crianza muy libre pero que cuesta la friolera de 800 euros al mes. Que será muy abierta pero la directora no nos gustó nada por sus comentarios idiomáticos.
Es una de las guarderías normales de mi barrio, en la que entraba mucha luz a su clase, en la que había cunas y montañas de juguetes, espejos, fotos, en la que dicen que juegan en catalán pero también tienen colgadas poesías en castellano. Es nuestra guarde, la que tiene tres tramos de escaleras hasta la clase de Miwi y en la que él se ha sentido muy a gusto durante este curso.
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