Dentro de unos días Miguel cumple 19 meses y cada vez que lo miro, sobre todo dormir, me maravillo de su existencia. Me parece increíble que algo tan perfecto haya salido de mi, y de su padre, que sola no lo he hecho.
Siempre he pensado que el paso del tiempo pone las cosas en perspectiva, sobre todo a mi, que suelo tener tendencia al dramatismo. Afortunadamente esto se compensa con una increíble capacidad de olvidar las cosas negativas. Estas divagaciones vienen por el tema del post; mi parto. Llevo un tiempo pensando en si debería hablar de mi parto en el blog o no, hay veces que lo uso como terapia al pobre; mi dilema unido a algunos post que he leído últimamente han hecho que me lanzara.
El momento del parto es una de las mayores obsesiones de las mujeres embarazadas, y por algún motivo casi todas las mujeres que ya han dado a luz te cuentan como fue su parto. Te cansas de oír historias sobre lo largo o corto que fue, lo doloroso o no doloroso, y por Internet hay montones de historias sobre partos que van bien. Pero hay muy pocas sobre los partos que no van bien. La mía es de esas, uno de esos partos que no van bien pero que, afortunadamente tuvo un final feliz.
La primera parte del parto fue de esa por las que firmarías. Me puse de parto el uno de enero, cené con mi familia el 31, me tomé las uvas, dormí toda la noche, expulse el tapón mucoso a las tres y hasta las ocho dormí como un tronco. Luego una ducha, desayunar, despertar al padre de la criatura y rumbo al hospital. Epidural y dilatando tan ricamente. Mi ginecólogo que es amigo de la familia ya me dijo que iba todo bien y que si algo iba mal me daría cuenta.
Y entonces empezaron los problemas..
La bolsa no se rompía y la rompieron; esto no es inusual. El problema llegó porque yo llevaba mucho rato en dilatación completa y el bebé no salía. Algo iba mal y me di cuenta por la mirada sería del médico, por los latidos del bebé y porque en cinco minutos estaba en el quirófano para saber si mi bebé estaba bien. Como no salía, al final el ginécologo metió las manos y el bebé tenía el cordón rodeando su cuerpo y su cuello y cada vez que intentaba salir el cordón lo oprimía y no lo dejaba respirar.
Cuando me lo dijeron la primero que pensé fue que mi propio cuerpo estaba matando al bebé. Como ya os he dicho tengo tendencia al dramatismo.
En casos como el mio hay una prueba para saber si el bebé esta recibiendo suficiente oxígeno, se traba de pinchar en la cabeza del bebé para ver si el bebé se está ahogando. Aunque la prueba fue bien y aparentemente Miwi estaba recibiendo bastante oxígeno el ginecólogo no quiso arriesgarse a esperar ni siquiera a la cesárea. En dos minutos con un enfermero inmenso inmenso empujando mi barriga, yo empujando y el médico tirando salió mi bebé. Ese que no pude ver porque se lo llevaron inmediatamente a hacerle pruebas.
Yo, que llevaba meses soñando con el momento en el que pondrían a mi bebé encima todavía lleno de sangre, me quedé en el quirófano esperando a que le hicieran pruebas, pensando en cómo habría ido todo, si estaría realmente bien o habría algún problema. Mi madre y el padre de la criatura si que lo vieron. Cuando ambos entraron con mi bebé en brazos yo sólo podía aspirar a verle la cara, estaba tan mal puesta que ni eso podía, sólo veía un bultito de ropa mientras el médico trataba de recomponer el desaguisado de mis bajos.
Después empecé a marearme, y seguía sin poder coger a mi bebe. No sé si me pusieron algo porque no me acuerdo de eso. Sé que pasado un rato cuando salí por fin me dejaron cogerlo en brazos y que no lo solté durante muchas horas.
Tuve mucha suerte porque mi parto podía haber salido muy mal, no soy capaz de imaginarme lo mal que podía haber ido porque a principios de año cuando volví a ver a mi ginecólogo el aún se acordaba de mi parto y me dijo que no me imaginaba la suerte que había tenido. Se que mi vida y la del bebé corrieron peligro ese día y que soy muy afortunada de que mi médico estuviera allí.
Mi experiencia ha hecho que recele de los partos en casa, sé que si en un parto va todo bien no tendrían que ser un problema pero se que el mio lo hubiera sido, sé que de no haber estado en un hospital y con un médico mi vida no sería la que es ahora. Creo que muchas veces nos olvidamos de que no siempre va bien y desafortunadamente cuando pasa no es que tengas tiempo de meterte en el coche y correr al hospital es que ya tienes que estar allí.
Una de las cosas que aprendí del atropello fue a aferrarme a los buenos momentos, de ahí mi capacidad para olvidar las cosas malas. Sin embargo el parto me dejó secuelas, la depresión post parto fue horrible y todavía no me siento cómoda hablando de ello; también sé que sin mi madre, mi hermana y sobre todo Alberto no habría sido capaz de superarlo. Pero aunque con el paso de los meses el miedo se ha ido mitigando en determinadas ocasiones me vuelve a la cabeza el miedo que pasé en el hospital, es curioso porque en esos momentos fue cuando me di cuenta de que mi escala de valores había cambiado. La vez que más miedo había sentido hasta entonces había sido con el accidente, miedo por mi vida y unas increíbles ganas de agarrarme a la vida porque me faltaba tanto por hacer. En el hospital fue mil veces peor porque pasé miedo por otra persona, una persona que era mucho más importante que mi vida.